Alfoz de la Adrada nació por la unión de un grupo de personas que tienen en común un gran interés por el folklore, impulsadas por Daniel Peces Ayuso, reconocido folklorista y experto en danzas y tradiciones.
Desde el cominezo, el principal fin del grupo ha sido recuperar y transmitir la cultura tradicional por medio de música, bailes e indumentaria.
Venimos realizando una laboriosa tarea de investigación y recopilación de los trajes típicos que se lucían tanto en nuestra localidad como en toda la comarca. Gracias a la búsqueda en los baúles de nuestros antepasados y a las manos primorosas de los propios componentes del grupo, hemos logrado recuperar varios trajes: de boda, de paseo, de fiesta, de faena...
Los principales bailes que interpreta el grupo, todos coreografiados por Daniel Peces, son: jotas, boleros, fandangos, rondeñas, malagueñas y seguidillas.
Todos los veranos, desde 1999, se celebra el Encuentro de Folklore Villa de La Adrada; por él pasan año tras año grupos provenientes de nuestra Comunidad, del resto de España y del extranjero, dando lugar a uno de los acontecimientos culturales más importantes del verano en nuestro entorno.

jueves, 21 de marzo de 2013

Joyas

        
Las arracadas o pendientes lla­mados de herradura y sus innumerables variantes mantienen evidentes analogías con los tesorillos de la Edad del Hierro, allá por el siglo VIII antes de Cristo, concretamente con los tesoros de La Aliseda y de Carambolo. También mantie­nen claras analogías con otros pendientes de la misma época hallados en las necrópolis cel­tas del noroeste español. Las formas de herradura, de sol o media luna son signos muy uti­lizados por las culturasdel año 1000 antes de Cristo en gran parte de la Península.

         Aún son muchas las mujeres del Valle que siguen utilizando las arraca­das o pendientes tradicionales, desta­cando el tipo llamado africana, varian­te simple del de herradura. En muchas ocasiones con el peso y el tamaño de los pendientes se rajaban las orejas, teniendo algunas mujeres que sujetár­selos al pañuelo o trenza de sus toca­dos.


         Los pendientes llamados de lazo o calabaza, que están lle­nos de simbología, en sus for­mas muestran claros signos orientales manteniendo pareci­do con los hallados en excava­ciones arqueológicas tartesas. Los componen tres piezas, la primera y cierre del pendiente llamada pilón tiene forma de sol con doce rayos en forma de bola y en el centro seis esmal­tes interpuestos, tres blancos y tres negros. Del pilón cuelga un lazo y de él dos, cuatro o seis campanitas, dependiendo del tamaño; y también le cuelga la llamada calabaza, hueca, de forma cónica, de rica filigrana. Cuentan que en el pueblo de Arenas el pilón represen­taba a los antepasados y a la familia, el lazo simboliza la unión, las campanas, la fiesta, siendo la calabaza el símbolo de la prosperidad y fertilidad. Quizá por ello se preferían para el mo­mento de la boda.


         Gargantilla. Varía el tamaño de las cuentas y el largo. Del collar o gargantillona cuelgan el galápago o la temblera. El primero simula el capara­zón, en forma esquematizada, del ani­mal que le da nombre, símbolo de re­sistencia y sabiduría, y de mayor antigüedad que la temblera. Ésta es una especie de cruz de dos piezas, la superior con forma de lazo y la inferior es la cruz; de ambas partes penden cinco, siete u once pequeños colgantes con forma de pequeños galápagos. En el centro de la cruz se intercalan seis puntos de esmalte, tres blancos y tres negros de clara herencia árabe.

         Completan el ajuar femenino grandes crucifijos de filigrana, medallas votivas, amuletos varios, broches, casi siempre de oro y plata, la botonadura del jubón, también de plata, pulseras, anillos. Y, por supuesto, las horquillas para sujetar el peinado, en su mayoría de plata y de muy variada filigrana. Las hay de dos ti­pos, unas redondas con dos pequeñas bolitas que cuelgan del centro, llama­das lágrimas, y otras que carecen de di­chos ornamentos. Las horquillas que los tienen se colocan a ambos lados, mientras que las otras se suelen usar a modo de peineta.

         No existen dos piezas iguales, pues todas las piezas del ajuar eran hechas de forma artesanal por las plateras, ver­daderas maestras de la orfebrería y de cuyas manos salieron las joyas tan hermosas que lucieron y lucen las se­rranas. Este gremio desaparece total­mente de nuestras villas y pueblos a principios de este siglo. Las joyas han venido pasando de generación en ge­neración a modo de pequeños tesoros familiares de incalculable valor senti­mental.


(Daniel Peces Ayuso. http://www.joyanco.com/Poyales/traje.html)

lunes, 18 de marzo de 2013

Seguidillas


       
Sin lugar a dudas estamos ante una de las piezas instrumentales, cantadas y bailadas, más antiguas y genuinas de cuantas ha mantenido la cultura y tradición oral castellana. 

Sin embargo, hablar de las Seguidillas, es hablar de uno de bailes de parejas más antiguo y genuino de la península Ibérica Hispánica, sirviéndose del plural (Seguidillas) para designar al canto, melodía y danza, mientras que cuando utilicemos el singular (Seguidilla) nos ceñiremos exclusivamente a su forma y estructura literaria; forma literaria que se mantiene a través del tiempo y que se basa en la siguiente fórmula: cuatro versos breves, heptasílabos los impares y pentasílabos los pares, rimando estos últimos en asonancia generalmente, o bien siendo aconsonantados. Por ejemplo:


A la luna de enero,

le falta un día.

Y a ti te fata menos,
para ser mía.

        En otras ocasiones excepcionales, los versos de la rima,  concretamente los pentasílabos, devienen en  hexasilabicos. Acentuándose sus sílabas 5º o finales. Por ejemplo:


Por San Juan Hizo un año

por San Pedro dos.

Que te entregué las llaves,

de mi corazón.

En algunas ocasiones se agregan tres versos más, de los que el primero y el tercero son de cinco sílabas (o seis, si la última sílaba va acentuada). En este caso, el segundo verso suele ser  heptasílabo y queda libre. Por ejemplo:


Tú y yo nos parecemos,

mucho a la nieve.

Tú en lo blanca y en lo pura,

yo en deshacerme.


Y ese es el modo
de que nuestro cariño,                     
se oculte a todos.                                                

La etimología de la palabra “seguidilla”, puede venir dado por la forma continuada o seguida de ejecutarlas, como veremos posteriormente, aunque esto no está aclarado. De hecho, descifrar el origen de las Seguidillas es una tarea imposible ya que no hay datos que nos orienten al respecto, al tratarse de una pieza creada en el ámbito rural español y transmitida de generación en generación, a través de la tradición oral. Sin embargo, sí tenemos datos a cerca de la forma literaria de la Seguidilla, utilizada por los poetas cultos de los siglos XIII - Jarchas romances jocosos- XIV, XV y XVI.


De este modo, la Seguidilla culta o literaria, recoge y ordena las formas antiguas y tradicionales ajustándolas a normas y medidas concretas, que dependen y varían de unas comunidades autónomas a otras. Formas de las que se sirvieron poetas y escritores reconocidos, para expresar los sentimientos y emociones deseados. Dicho de otro modo, la Seguidilla culta del siglo XV, recoge y ordena las formas tradicionales populares anteriores. Pero en esta forma culta de la Seguidilla literaria medieval, no aparece reflejada ni el baile ni la música que la suele acompañar.




Tenemos que esperar a los tiempos de los Reyes Católicos, y concretamente a la publicación de “El Cancionero de Palacio”, para encontrar las primeras referencias escritas de las Seguidillas instrumentalizadas. Sin embargo no puedo afirmar que estas formas de los siglos XV y XVI, no fuesen el resultado de la recogida y puesta a punto de formas existentes anteriormente, como os comentaba. Formas tradicionales y populares del ámbito rural ibérico ancestral. De las que se sirvieron los escritores y músicos cultos de la corte castellana medieval, y que perviven con las formas tradicionales en el ámbito rural.


Sin embargo es a partir del siglo XVI cuando las Seguidillas se convierten en “baile principal” español, siendo a partir de este siglo cuando aparecen las primeras definiciones tanto de la seguidilla, como de las seguidillas en no pocas e interesantes referencias bibliográficas de los escritores cultos del siglo de Oro español; personajes eruditos en cuyos escritos o novelas, nombran a las Seguidillas como danza principal, tanto en los pueblos y aldeas rurales como en las grandes ciudades y la corte. Sirva como ejemplo el comentario que Guzmán de Alfarache, hizo en dicho siglo, afirmando que: “Las Seguidillas arrinconaron a la Zarabanda”, dándonos uno de los primeros datos de su forma, no solo poética o musical, sino de su contenido coreográfico, y marcando las formas y estilos que han llegado hasta nuestros días. Formas y estilos que abarcan una ingente variedad y riqueza de formas de interpretarlas, ciñéndose generalmente en compases de 3x4 o 3x8, tañéndolas siempre en tiempo movido o Alegretto, y tonos mayores  (Re y La, en ambas Castillas y en Mi en las andaluzas) (rara vez se interpretan en tonos menores o en ambos combinados). Aunque hay gran variedad de estilos y formas de interpretarlas, generalmente las Seguidillas tienen cuatro partes bien diferenciadas:


La Introducción: Esta parte es enteramente  instrumental y con un número variable de compases (tres o cuatro) y sirve de preludio o aviso a los danzadores y danzadoras, que esperan con una pose elegante, el comienzo del baile.


La Salida: En esta segunda parte entran las voces solistas de los cantadores, con cuya voz sale o aparece a modo de introducción o aviso, adoptando y manteniendo los bailadores una pose elegante y bizarra, desarrollándose en tres compases más o menos completos.


La Vuelta: Esta tercera parte sirve a modo de salida para comenzar los diferentes pasos y coreografías; solo que en este caso es enteramente instrumental o melódica, ocupando otros tres compases.


La Copla: Es en esta cuarta parte, enteramente cantada, cuando empieza el baile propiamente dicho ejecutando los diferentes pasos y movimientos coreográficos. Ocupa nueve compases (repitiéndose en algunas ocasiones dos veces, y sumando un total de doce compases entre las dos partes (sin contar las posibles repeticiones). Tras la tercera ejecución de la Copla , un acorde de tónica pone el punto y final a la Seguidilla, con el característico “Bien Parado”, o pose bizarra y elegante, con la que han de rematar. Para volver a empezar y repetirlo todo otras tres veces más, haciendo un total de cuatro veces.

Por otra parte, la ejecución del canto, es interpretado generalmente por una voz solista (tanto femenina, como masculina), siendo los instrumentos más usuales: la guitarra, el laúd, la bandurria (estos instrumentos cordófonos, cantan entre sí a la octava y en terceras), así como varios instrumentos de percusión, entre los que destaco los siguientes: Triángulos o “yerros”, almireces, calderillos, cucharas, botella de anís, sartén, cántaro, panderos y panderetas, etc.(estos instrumentos de percusión marcan y adornan las partes fuertes de los compases, convirtiendo las fusas en dos semicorcheas) y por supuesto las castañuelas o crótalos con los que se acompañan los bailadores.

Tales ajustes, modelos o medidas tienen diferentes variantes dependiendo del lugar de origen o de los diferentes gustos o estilos dependiendo de las comarcas en las que se ejecutan.

Sin embargo es en el siglo XVII, cuando las Seguidillas adquieren su máxima representación en todo el territorio español, incluyéndose en todos los acontecimientos y festejos relevantes Castellanos, hasta tal punto que no hay función u obra teatral que no incluya en su repertorio y representación la ejecución de tal baile. El mismo D. Miguel de Cervantes y Saavedra dejó escrito a cerca de las Seguidillas. “...Era el brincar de las almas, el retozar de la risa, el desasosiego de los cuerpos, y finalmente, el azote de todos los sentidos...” Y es que como decía  el profesor García Matos: “Si las Seguidillas conquistaron el espíritu del noventa por ciento del solar hispánico, fue por su cautivadora gracia, exaltada alegría, elegancia y por ser una actividad sumamente placentera”.


En dicho siglo XVII, las Seguidillas son adoptadas como baile más representativo y querido en las principales ciudades españolas, especialmente en la capital del reino, Madrid, ciudad en la que las seguidillas formaban parte de la actividad y vida cotidiana de los madrileños, al recoger en su forma literaria y en su forma coreográfica y musical el sentir del pueblo. Buenos ejemplos de lo dicho pueden ser los comentarios del novelista castizo D. Francisco Santos:

      “..Un muchacho cantando seguidillas al ruido que hacía tocando en un jarro con los cuartos que llevaba...”  “... media docena de mozos que con una guitarra iban tocando seguidillas...”, “... en un sitio una tropa de picarillas de mantilla revueltas con otros tales como ellas, pícaros desgarrados, y al ruido de un pandero, cantaban seguidillas. Y gente de buen hábito alrededor oyéndolos y gustando que no cesase la bulla...”  “...  un baile gobernado por un pandero, que la que lo tocaba, nada lerda, le adornaba de mil seguidillas, con que daba sainete a los que golpeaban las castañuelas...” “... orillas de un arroyo..., lavando una mozuela desenvuelta y cantora maestra en seguidillas...” etc.


De este modo nos podemos dar una idea de la gran profusión que tubo este baile, en el que no había momento, fiesta profana o religiosa o diversión individual o colectiva, en la que no estuvieran presentes. Baile que se acompañaba siempre con el tañido de las castañuelas. Decía D. Francisco Santos al respecto de las castañuelas: “... tienen los bailadores puestas unas castañuelas que parecen hechas de cuatro artesones. Y tíranse unas puñadas de ruido, que se hacen pedazos las sienes. Y como se van cansando los que bailan, van ocupando su lugar otros...” de tal modo que no solo nos indica de la importancia de las castañuelas a la hora de bailar esta pieza tradicional, sino del tamaño o forma de las mismas y del carácter de danza de relevos por parejas de la misma.


      La pasión y gusto por las seguidillas alcanzó el siglo XVIII, extendiéndose a las clases más altas y cultas, que pronto las incluyeron en sus saraos y fiestas palaciegas, refinándose cada vez más y mejor, tanto sus melodías como los instrumentos y por supuesto los pasos y coreografías, hasta tal punto que en dicho siglo aparecen los primeros compendios o colecciones escritas por maestros de danza, describiendo las formas de realizar este baile. Siendo la primera de ellas la que escribió D. Juan Antonio de Iza Zamacola y Ozerin (conocido popularmente como D. Preciso), teniendo tal aceptación que pronto aparecen más y más libros destinados a divulgar este baile tradicional. El mismo D. Preciso, nos indica que allá por el año 1.740 el maestro de baile cortesano D. Pedro de la Rosa “reduxo las Seguidilla y el Fandango, a principios y reglas sólidas...”, aunque tal escrito no nos ha llegado hasta nuestros días. D. Preciso  si dejó constancia de esa forma culta y generalizada de bailarlas en su época, aunque a decir verdad, su descripción es algo superficial. Y tal impulso copilador se le debe el interés de este maestro, por dejar constancia de los bailes principales de su tiempo, para que no se olvidara y perteneciese a las generaciones futuras. Como paso con otras danzas tradicionales anteriores (Folias, Gallardas, Chaconas, Zarabandas, Zaranbeques, Xácaras, etc.), de las que poco más que el nombre sabemos. La descripción que D. Preciso hace de la forma de bailar las Seguidillas es la siguiente:

                                                                                     

      “Luego que se presentan de frente en medio de una sala dos jóvenes de uno y otro sexo a distancia de unas dos varas, comienza el ritorneo o preludio de la música. Después  se insinúa con la voz la seguidilla, cantando si es Manchega el primer verso de la copla y si es bolera los dos primeros versos, en los que solo se han de ocupar cuatro compases. Sigue la guitarra haciendo un pasacalle y al cuarto compás se empieza a cantar la seguidilla. Entonces rompe el baile con las castañuelas o crótalos, continuando por espacio de nueve compases, que es donde concluye la primera parte. Continúa la guitarra el mismo pasacalle, durante el cual se mudan al lugar opuesto los danzantes. Por medio de un paseo muy pausado y sencillo y volviendo a cantar al entrar también el cuarto compás, va cada uno haciendo las variaciones y diferencias de su escuela, por otros nueve compases, que es la segunda parte. Vuelven a mudar otra vez de puesto. Y hallándose cada uno de los dos danzantes donde principio a bailar. Sigue la tercera parte en los mismos términos que la segunda y al señalar el noveno compás cesan a un tiempo y como de improviso la voz, el instrumento y las castañuelas, quedando la sala en silencio y los bailarines plantados sin movimiento en varias aptitudes hermosas, que es lo que llamamos “Bien parado”.


      De estas palabras escritas deducimos que: primero, se trata de un baile culto que se enseña en escuelas dirigidas por maestros especializados. Segundo, que hay al menos dos tipos diferentes de seguidillas: boleras, corridas o Manchegas, término este último que indujo a algunas personas a pensar erróneamente que es la Mancha castellana su solar de origen. Y tercero: tales formas coreográficas se mantienen, con escasas variaciones, hasta nuestros días y se hacen extensibles al Bolero, del que varían ligeramente; siendo el bolero, así como las sevillanas y la Sardana Curta catalana, entre otros bailes, variantes de esta danza antigua castellana.

Es importante señalar la aparición en Madrid y posteriormente en Sevilla, de sendas escuelas de baile llamadas “Escuelas Boleras”, las cuales crean y recrean la gran riqueza y variedad de pasos y coreografías existentes, culturizándolas y diferenciándolas de las seguidillas que se mantenían en el ámbito rural, añadiendo en dichos casos, movimientos elegantes, nuevas poses y estilos, así como el gusto por el uso de la punta de los pies y los característicos braceos, herederos de las antiguas academias clásicas de baile español, pudiéndose bailar por una pareja o más, en cuadros, hileras o círculos (o dobles hileras y dobles círculos), dependiendo del gusto y escuela a la que pertenecía cada una de las diferentes Seguidillas castellanas; y, por supuesto, un “Bien parado” final que da a esta danza su más característica impronta al finalizar la tercera copla.


En cuanto a los pasos y coreografías, la variedad y riqueza es ingente. Hay pasos y coreografías propias y exclusivas de localidades concretas, pero también existen algunas generalidades, que paso a comentaros:

Las Seguidillas más usuales suelen ser las Corridas y las Manchegas. En el caso de las seguidillas Corridas, suelen tener un paso básico sencillo, del cual parten todas las demás variantes. Dicho paso recibe diferentes nombres según las procedencias, pero es una “Cherquésia”” o paso “Simple o Cruzado”. Algunos de los pasos o variantes más usuales son: Simple con vuelta en un tiempo, simple con vuelta en tres tiempos, simple con cruce, simple doblado, simple por detrás, simple por detrás con vuelta, de frente simple, de frente con vuelta, de frente con vuelta y cruce, por delante o por detrás.


Mientras que en las seguidillas Boleras, la riqueza y complicación de los pasos y coreografías, suelen ser más complicados, al ser herederos de las diferentes escuelas boleras de Madrid. Y en este caso suele haber más de un paso básico, del que parten todas las demás variantes. Siendo los más utilizados y generalizados, el paso llamado “Matalaraña” y el paso llamado “Bolero” y que coincide en forma con el primer paso de las Sevillanas. Al ser este baile, hijo directo de las Seguidillas castellanas, de las que toma su forma musical y coreográfica con las lógicas adaptaciones del estilo y carácter propio andaluz. Algunos de los pasos o variantes más usuales son: Paso de Bolero con cuatro Puntas, paso de Bolero con dos saltillos, con o sin vuelta completa, paso de Bolero con tres saltos, con o sin vuelta completa, paso de Bolero con Vuelta.


      Otros pasos básicos menos usuales son; “Espatarrao”, “Saltado”, “de Enuve”, “de Espaldas” o “el Corrido” entre otros. En cualquier caso todas las Seguidillas se comienzan con el pie derecho, por lo que el efecto de las parejas suele ser “a contra espejo” o “cruzadas”. Perdurando sin apenas variaciones hasta el siglo XIX, fecha a partir de la cual entran en clara decadencia, perdiéndose en gran parte del territorio español y quedando adscritas a la mitad sur y especialmente a las provincias castellano manchegas, andaluzas y levantinas, donde siguen siendo el baile principal. Sirva para ilustrar dicha decadencia las rotundas y poéticas palabras que dejó escritas el maestro D. Antonio Flores:


       “... La Seguidilla, el fandango, la jota y el bolero, andan desde entonces perdidos sin hallar un rincón en donde guarecerse. La castañuela está triste, el pandero roto y la guitarra y la bandurria se habrían ahorcado si les quedase una cuerda para hacerlo.”


           Aunque a decir verdad, las seguidillas no llegaron a desaparecer, aunque sí las escuelas Boleras y el gusto que por ellas sentían los personajes bien situados o de clase alta. Quedando su creación y transmisión en manos de los ciegos y cantadores tradicionales, de cuyas manos tenemos no pocos y hermosos ejemplos.


(Daniel Peces Ayuso) http://folkloreytradicion.blogspot.com.es/2011/05/las-seguidillas.html

martes, 12 de marzo de 2013

El traje femenino


Mantellina
La pieza más ancestral del traje y complemento obligado para las más grandes ceremonias es la mantellina, cuyo pasado se remonta a nuestra prehistoria como así lo muestran entre otros el ejemplo de un dibujo ibérico del siglo II antes de Cristo en Liria (Valencia) donde en una pieza de cerámica se representa a una mujer colocándose la mantellina. Después, cronistas griegos y romanos definieron esta pieza como de uso típicamente ibérico, entendiendo como tal toda la Península, y llamándolo man-tellum

Camisa
Cubriendo el cuerpo por encima de un camisón interior, para el uso diario usaban finas blusas de los más varia­dos colores y texturas, muy entalladas de cintura, con la pechera fruncida o bordada y en su mayoría abrochada atrás o a un lateral; la variedad de las telas y colores va relacionada sobre todo con el gusto personal. Las man­gas de estas blusas tienen amplios golondrinos que caen del hombro y se ajustan al antebrazo, resultando todas las mangas algo cortas.
Para el buen tiempo, las blusas de lino o lienzo cru­do o teñido. Las de vestir días espe­ciales, siempre ricamente bordadas con signos geométricos o florales de clara influencia oriental; las mangas de estas blusas suelen ser cortas y afaroladas, en algunos casos los bor­dados son sustituidos por la técnica del deshilado.
Hay que destacar la in­fluencia navalqueña y lagarterana en cuanto al estilo del bordado que por esta Sierra y Valle se elabora.

Jubón
El jugón negro para los días más importantes, casi siempre en terciopelo labrado o ricas telas brocadas; en algunos casos, por problemas económicos, solían hacer las mangas con tela de buena calidad y el cuerpo con otra más simple. Los puños o púnelas se labran con pedre­ría, azabaches, galones o cintas; en otros casos van bordados y en otros se utilizan varias telas distintas, dando policromía al conjunto. Los botones del cuerpo de jugón solían ser de asta, hueso, azabache o madera forrada, excepto los de los puños, de rica plata labrada y cuyo número varía, siendo generalmente un mínimo de tres por puño. Rematan los puños una fina puntilla de bolillo en hilo negro o blan­co. El cuello abierto con gran escote de caja cuadrado, sin adornos y sobre el que se prende la pañoleta, pequeña pieza a modo de sobrecuello, sobre­cargada de cintas, perifollos y puntillas varias; se usaba sólo para los días grandes, y de color generalmente blan­co.

Pañuelo de seda
Los pañuelos de seda y crespón fueron utilizados para el buen tiempo. Siempre en fuertes y vivos co­lores, bordados o con llamativos dise­ños, fueron muy valorados.
Suelen ser éstos de fondos negros y bordado un solo pico con espléndidos ramos de bellas flores en vivos colores y que, curiosamente, la mayoría llevan cerca del pico un pájaro bordado o una mariposita, símbolo el primero de alegría y la segunda de feminidad. Los flecos, por lo general, son cortos; el más curioso es el llamado de escoba por la forma a mechas o escobillas que tienen.

Ropa interior
La ropa interior femenina era igual en todo el Valle. Un largo camisón o viso de hilo sobre el que se ajustaban siete enaguas, gene­ralmente blancas, una para cada día de la semana.

 


 
La costumbre era lavar la noche del sábado la enagua prime­ra, que estaba en contacto directo con el cuerpo, para ponérsela limpia la ma­ñana del domingo, y así durante todo el año. El uso de siete enaguas fue menguando a tres, siendo hoy en día tan solo una. Los pololos no son tradi­cionales ni las bragas adoptadas por los grupos folklóricos más saltarines y pudorosos, excepto en las épocas de menstruación en las que algunas usa­ban unos calzones especiales, o en las bodas de gran rumbo en que usaban unas bragas sin costura en los bajos.


Refajo, miriñaque y guardapiés
Sobre las enaguas, el refajo de pa­ño, teñido generalmente en verde, azul, amarillo, rojo, pardo o negro, cuyo único adorno son una se­rie de lorzas en su parte baja que van de tres, a siete o doce.
  Sobre el refajo, el miliñaque de tela estampada o lisa, pero siempre lleno de colorido, que puede ir adornado con tres cintas o tiranas, con dos puntillas de hilo de oro o plata o liso sin adornos, pero en todos los casos muy plisados, con finas y rectas tablas que dan una forma acam­panada al talle femenino.
Sobre las enaguas y refajo simple el guardapiés, faldón también de paño teñido pero de más amplio repertorio coloris­ta, sobre el que se cosen la o las tiranas picás, pie­zas de paño de color dife­rente al de la falda en el que se han recortado dife­rentes motivos y cosido a ésta. Es el guardapiés una pieza llena de miste­rio e información. Y así es porque de­pendiendo del color de la falda y el picao se sabrá a simple vista entre otras cosas su estado social. Los colores claros y llamativos se reservan para la mocedad, mientras que los combina­dos más elegantes, como por ejemplo amarillo picao negro o rojo picao en negro suelen ser signos de madurez o estabilidad, dejando los colores pardos y negros para la viudedad. Si a esto añadimos el significado que tiene el di­bujo del picao obtendremos aún más información de quién y cómo es su portadora. Por ejemplo, las flores sim­bolizan la belleza en general, pero no es lo mismo una rosa que un clavel; cuando estas flores están juntas en un ramo indican matrimonio. Si lo que aparecen son pájaros, en general re­presentan alegría, pero no es igual el águila a la paloma, pues cada una ad­quiere una connotación diferente. Pongamos un último ejemplo: el dibujo llamado las fuentes simboliza la rique­za, pero si la fuente está rodeada de fruta, por lo general granadas o pinas, representan la posesión de tierras pa­ra la agricultura, cuando por el contra­rio, beben animales indican relación con la ganadería.
El número de refajos y guardapiés varía según el tiempo frío o caluroso. Curiosa es la costumbre, cuando el frío era intenso, de recogerse las mu­jeres el guardapié echándoselo sobre la espalda y cabeza en forma de cobi­jo, mostrando apenas la cara y dando un aire arabesco a su porte.
Completan la variedad de faldas los refajos pintados, en colores amarillos, rojos y verdes, sobre los que se pinta­ba a mano motivos florales con jarro­nes y cestas, pájaros y frutas, realiza­dos siempre en color negro, pardo o verde oliva. Se llegaron a crear plan­chas en metal con las que ahorrar tiempo, pero haciendo que los mode­los se repitieran, caso que en los bor­dados y picaos no sucede jamás.

Faltriquera
Bajo la primera falda o falda cimera y sobre la segunda va la faltriquera o faldiquera, que es sin duda el último y más moderno complemento incorpo­rado al traje. La faltriquera es un pe­queño bolsillo que se ata a la cintura con dos cintas y de la que hay una gran variedad de motivos y modelos: para el diario telas toscas a base de retales, carente de adornos, excepto en pocos casos en los que llevan bor­dadas las iniciales. Hay otras más se­rranas adornadas con cintas y cordo­nes, perifollos y escarapelas de ricos y vivos colores y que suelen llevar a la vista o bajo el mandil. En el Valle so­lían ser en general de terciopelo negro bordadas con flores de colores junto con las iniciales. También las había en vivos colores bordadas a cordoncillo. Otras son hechas de lienzo polícromo y, como único adorno, una tira pica bordeando la faltriquera.

Delantal
Sobre las diferentes faldas, medio ocultando la faltriquera, los delantales y los mandiles, de los que hay una gran variedad y cuya nota común es, como siempre, el colorido y la minu­ciosa labor. Los delantales son más cortos y barrocos en cuanto a los adornos, dejando ver, por lo general, los dibujos bordados, picaos, estam­pados o pirograbados de las faldas. Se usan en todo el Valle cuando se visten con el traje llamado de serrana.
El mandiles pieza de más rancio abolen­go y antigüedad; llega a tocar el roero de la falda, cubriendo por completo la parte delantera de la mujer. Para las ceremonias y fiestas más importantes suelen ser de terciopelo negro ador­nado con pasamanería y azabache y bordeado por la inseparable puntilla de bolillos. Para los días especiales, mandiles de satén o seda brillante de vivos colores, sin apenas adornos,salvo la puntilla. Otros se deshilan so­bre la misma tela, labrando un borda­do excepcional con sus propios hilos. Otros se bordan en su parte baja con motivos florales. Los hay adornados con cintas varias que se cosen por los bordes del mandil casi por completo, de forma similar a los que hacen y gastan en la comarca de Lagartera.

Medias
Cubrían las piernas con medias de lana, generalmente blancas, en algu­nos casos azules o encarnadas y ne­gras para las mayores; en general lle­van un adorno llamado espiga, aunque hay gran variedad.

Calzado
A los pies, zapatos de cordobán, con tacón de carrete, en terciopelo negro, bordados con finos ramos y hechos a mano y a medida. Los cordones, de lana polícroma, lle­van en sus extremos sendas borlas de lana. Estos zapatos acompañan, en los días de boato, a todos los trajes del Valle indistintamente; su uso es gene­ral, variando el color de los zapatos que, aunque la mayoría son negros por ser los utilizados en las bodas, podían ir en función del color del traje. Para las bodas algunas usaban botines de be­cerro labrados o zapatos negros del mismo tipo del de cordobán, pero he­chos en cuero de becerro. Y para el campo, abarcas de cuero con la pun­tera cerrada y repujadas con adornos, en su mayoría florales. Hoy en día que­dan pocos zapateros que sigan ejer­ciendo su labor tradicional y artesanal.


(información de Daniel Peces Ayuso, extraída de la página http://www.joyanco.com/Poyales/traje.html)